En el humilde barrio San Buenaventura, más conocido como R9, en el municipio de Buenaventura, creció Óscar Rivas, quien junto con su madre y otros familiares tuvo que superar obstáculos de la pobreza desde muy temprana edad.
Su padre murió cuando apenas era un joven, por lo que debió a acompañar a su madre a trabajar para conseguir el sustento diario.
“Mi vida de niño fue en la pobreza”, contó Oscar Rivas, invitado especial a BDC Podcast, que se emite todas las noches de lunes a viernes por nuestro canal de Facebook. “Me tocaba irme con mi mamá a una galería a sacar comida de la gente que la botaba. Un niño de cuatro años recogiendo basura. Me levantaba con mi mamá a las 3 y 4 de la mañana para ir a buscar el sustento, limpiando la casa de alguna familia. Fue de absoluta pobreza. Me tocaba ir a tapar los huecos de la calle sin camisa y sin zapatos para recoger monedas. Me subía a los buses pidiendo colaboración, vendía caramelos para estudiar y llevar comida a mi casa. Tocaba puertas para sacar la basura de algunos hogares y que me dieron 100, 200 o máximo 500 pesos. A veces me iba a un lago que había en Cali a pescar a las 3 de la mañana. Me metía a ese lago sin permiso. También trabajé en construcción en Buenaventura”.
Sin embargo, cuando conoció el boxeo su vida dio de inmediato un giro de 180 grados. Ayudaba a su madre y estudiaba, pero también iba al gimnasio del boxeo.
“Un primo un día me dijo que fuéramos a un gimnasio de boxeo solo para darnos golpes. Había un boxeador que era el mejor del gimnasio en ese tiempo, el entrenador me dijo que me pusiera con él. Yo pensé que me iba a ir bien, porque yo peleaba mucho en la calle. Salí con la boca partida y con el ojo morado que se me quería salir. Yo siempre he sido rencoroso, por eso me entrené porque eso no se podía quedar así y mira dónde estoy”, narró.
A sus 17 años comenzó a ser vinculado con la Liga Vallecaucana de Boxeo y con la Selección Colombia del deporte, con miras a los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, de donde se vino con las manos vacías al perder con el entonces campeón mundial del peso pesado (91 kilos), el italiano Roberto Cammarelle.
Sin embargo, sus cualidades y las de su compañero Eleider Álvarez convencieron a un grupo empresarial de boxeo en Canadá llamado GYM Promotions, que deseaba contar con sus servicios. Quien les llevó el mensaje fue el también boxeador Epifanio Mendoza, con quien se fugaron de una concentración de la Selección a sacar la Visa para ir a dicho país norteamericano. Debían esperar 15 días para obtener respuesta, lo que no estaban dispuestos a hacer, por lo que prefirieron irse por tierra hacia Venezuela.
Sin embargo, en el bus de viaje fueron detenidos por la Policía. En el bus se halló un acordeón lleno de droga, que de inmediato fue relacionado con los tres colombianos a bordo.
“El impulso fueron los Juegos Olímpicos de 2008. Era un sueño, porque hacer todo el amateur y llegar al profesionalismo fue un gran miedo por la sangre. Nosotros no teníamos Visa, no hablábamos la lengua. Fue una travesía que nos marcó. Cuando termine mi carrera quiero hacer una película con mi vida. Pasar por Venezuela, que nos relacionaran con cocaína y pasar hambre en ese país fue feo, pero las ganas de salir adelante me impulsaron. Nos retuvieron por la fama que tenemos los colombianos en todo el mundo. Aguantamos tres días con hambre. Si tu dabas 10 dólares, no te daban casi nada, ni eso podíamos hacer”, dijo.
Finalmente llegaron a Canadá, sin embargo, adaptarse al clima, la cultura, el idioma y muchos otros factores le costó trabajo. “Yo muchas veces pensé en devolverme a Colombia y dejar todo tirado porque no me adaptaba y yo hablaba y todos se reían. Hay que tener valor para salir adelante”, reconoció.
No obstante, fueron muchos otros los momentos en la carrera de Oscar Rivas que lo alejaron del deporte, sobre todo las lesiones. En total ha padecido de cinco: en ambos hombros, en el codo izquierdo, en la muñeca y cinco operaciones en el ojo derecho, esta última la más grave, debido a un desprendimiento de retina que tuvo origen en el año 2013, en medio de una sesión de sparrings.
“Cuando tuve mi lesión en el ojo derecho estuve a muy poco de renunciar a todo, porque todos los médicos me decían que no podía volver a pelear, que no me podían dar otro golpe en el ojo derecho. Fueron años muy duros porque todos los médicos me decían que no podía. Fui al último médico con el pensamiento de que, si no pasaba, me iba a Colombia. Creo que el médico vio mis ganas y me hizo una última operación”, reveló.
Ha tenido duras batallas y se ha ganado el reconocimiento internacional, incluso, obtuvo el título norteamericano de la AMB, el NABO de la OMB y el internacional de la FIB. Sin embargo, su récord (26-1) tiene un lunar, injusto por demás, que sufrió un 20 de julio de 2019, en el Reino Unido. Mientras en Colombia se conmemoraba la Independencia, Oscar era castigado por el dominio británico, cuando Dillian Whyte fue escogido de manera polémica para ser el ganador de un combate que tenía en juego el título mundial interino del CMB. Días después, y como si fuera poco, el jamaiquino dio positivo en un test de drogas.
“No lo voy a superar por ahora. Me preparé como para los Juegos Olímpicos, para ir a matar bestias. Yo me preparé porque sabía que me iba a subir a dar golpes con otro hombre. Yo en esa pelea di todo, di mi mejor trabajo. Nunca pensé que le iban a levantar la mano a él, pero eso pasa cuando estás en patio ajeno. Ojalá se dé la revancha en un lugar neutro. Él nunca será capaz de ganarme”, manifestó.
Muy poco se habló del tema. Whyte siguió su camino hacia el título mundial regular, mientras Óscar continúa con su camino.
Con 32 años, aún tiene mucha pólvora en sus guantes, pero ya empieza a cultivar en quienes confía su legado: dos de sus cuatro hijos.
“Los dos están enamorados del boxeo y para ellos soy su ídolo, soy la superestrella. Ellos han decidido tomar esta carrera. Yo nunca tuve el apoyo, ni de mi papá ni de mi mamá, porque este deporte no les gusta a muchos porque es de contacto y siempre piensan en la sangre, pero yo soy un papá del Siglo XXI y si quieren esto hay que meterle ganas y ‘berraquera’, aunque me duelen los golpes que le dan, siempre les grito ‘quítate, quítate’ (risas). Esto no se coge ni para entrenar, ni para juego, esto es lo que te va a dar de comer y hay que cogerlo en serio. No es nada subirse al ring y tirar dos o tres golpes, sino entrenarse tres meses”, dijo.
“Mi hijo de trece años, el entrenador que me hizo a mí me dice que tiene una calidad que le gusta, tiene el mismo boxeo mío, aguerrido y fuerte. Puede ser mi sustituto. El de diez años tiene más estilo. Le gusta moverse. Tiene más tiempo en el boxeo y ya ha estado en dos Regionales. Ya tiene una medalla de plata. Dicen que porque son hijos míos deben ganarle a todo el mundo y no es así, primero hay que aprender”, cerró.
Por: Jeffry Almarales Nieto