Barranquilla se caracteriza por ser una ciudad de puertas abiertas: todos los visitantes que llegan a la capital del Atlántico, ya sea por negocios, placeres u oportunidades, se quedan gratamente sorprendidos con las maravillas que la ciudad tiene para ofrecer, y prácticamente se convierten en hijos adoptivos que también engrandecen su nombre en esta tierra.
Uno de los que lo intentó fue Luis Quiñones, un boxeador oriundo de Barrancabermeja que llegó con un sueño: ser campeón mundial de boxeo. Sin embargo, ese sueño se apagó el pasado 24 de septiembre, cuando en la pelea que protagonizó junto a José Muñoz sufrió complicaciones médicas que lo llevaron hasta la Clínica General del Norte, donde se produjo su deceso.
La noticia de su muerte conmocionó a todos los amantes del boxeo, e inclusive a la propia Barranquilla, la ciudad que le abrió sus puertas para que se formara como boxeador, que lo vio debutar en 2018, que lo vio derrotar a invictos y que esperaba verlo campeón nacional. Pero el destino tenía otros planes, y la ciudad que acogió a este hijo adoptivo ahora lo lloraba por su pronta partida.
En la eucaristía que se desarrolló el pasado 30 de septiembre en el barrio Los Olivos se pudo evidenciar el dolor de familiares, amigos y colegas ante la partida de un boxeador lleno de sueños, metas y objetivos, ejemplo constante de disciplina y ambición por ser el mejor. Barranquilla, que estaba reflejada en cada cara, en cada oración, en cada llanto, demostró que la partida de alguien que no nació aquí, pero que escogió este lugar para ganarse un nombre y para ganarse la vida, dolía como si fuese un hijo propio.
Solo tres horas pudo estar la ciudad con su hijo adoptivo, cuyo cuerpo fue trasladado a Barrancabermeja, donde su familia le dará cristiana sepultura. A la distancia, Barranquilla llorará a su hijo adoptivo y deseará que descanse en paz, luego de dejar el alma y cada gota de sudor en el ring por sus sueños, por sus objetivos, por sus aspiraciones. Si bien no logró ser campeón mundial, Luis Quiñones ganó algo mucho más importante: el cariño, el aprecio y el amor de una ciudad que sabe reconocer a aquellos visitantes que con el tiempo se vuelven un barranquillero más, y que se quedan para siempre.